viernes, 19 de marzo de 2010

4.- Ian Bardelli: Otro día más en la pizzería

Cuando Franky me viese me iba a matar. Sabía que odiaba que le fuera a recoger al instituto, pero algo me decía que era mejor que los dos entrásemos juntos en casa. Supongo que después de años viendo el mismo panorama habían conseguido que desarrollara una especie de sexto sentido.
Estaba charlando con uno de su clase, posiblemente de ese trabajo que tenía que hacer para Historia del que no paraba de hablar.
-¿Qué haces aquí?- Me preguntó nada más verme. Para mi sorpresa no estaba tan molesto como me esperaba.
-Por una vez me gustaría que comiésemos todos juntos en casa.
Me miró incrédulo. Era una escusa pésima, pero era lo primero que me vino a la cabeza.
Nuestra casa no estaba demasiado lejos, así que a Franky sólo le dio tiempo a quejarse porque él aún no tenía coche unas cinco veces. Qué pesadito era el niño... Vale, cuando yo tenía los 16 y el carné recién sacado como él también quería conseguir un coche para poder fardar delante de las tías, pero no se lo repetía a Laura todo el rato.
Sacudí la cabeza. No quería pensar en mi hermana mayor.
Según abría la puerta, me percaté del silencio que reinaba en casa. Tal vez no hubiera nadie y yo me había equivocado. O tal vez, era el silencio que siempre seguía a sus discusiones.
-¿Hola? ¿Hay alguien?- Franky también se dio cuenta de la situación.
-Hola, chicos.- Contestó mi madre desde la cocina.- Habéis llegado muy pronto...
Franky y yo nos miramos. Temerosos, entramos en la cocina, esperando encontrar una escena diferente a la que sabíamos que habría. Pero las cosas que se repiten una y otra vez no suelen cambiar.
-¿Qué tal el día?- Mi padre también intentaba disimular que habían vuelto a discutir.
-Bien...¿Qué hay de comida?
-Espaguetis a la carbonara.-Respondió mi padre.- Los he hecho como la tía, que sé que os encantan.
Esbozamos una tímida sonrisa. Era verdad que los espaguetis que cocinaba nuestra tía nos volvían locos, pero en aquella situación, por muy buenos que estuvieran, no los íbamos a disfrutar.
Comimos rápido y nos volvimos a ir, no queríamos estar presentes en una posible réplica de su riña. Yo había quedado con Jake para ultimar una nueva canción y practicar otras, así que me llevé también a Franky para que se distrajera un poco. A Jake le caía muy bien Franky y valoraba mucho su opinión acerca de las canciones; no es por presumir de hermano, pero tiene un gusto magnífico para la música.
Nos tiramos toda la tarde con dos canciones, entre risas y cervezas para Jake y yo y Pepsi para Franky, distrayéndonos con cualquier tontería. Ya al atardecer, regresaron los padres de Jake. Al vernos su madre pareció entristecerse un poco.
-Buenas tardes, o casi noches, Sarah.- Le saludé.
-Hola, Ian. Hola, Franky...- Por los menos la voz ya no se le quebraba tanto como antes cuando veía a mi hermano.-¿Vais a quedaros a cenar?
-No, ya cenamos en casa. Pero gracias de todas formas.
-Mentiroso...-Me espetó Jake, que conocía mis problemas familiares.- Venga, mamá, ponles algo de cenar.
-He dicho que cenamos en casa.-Me impuse.- Ya nos veremos, Jake. Adiós, Sarah.
-Sí, adiós.- Se despidió también Franky.
Una vez en la pizzeria a la que solíamos ir en días como éste, Franky quiso saber por qué había mentido a la madre de Jake. Le miré y recordé la expresión de Sarah al verlo. A diferencia de Jake, al que con el paso de los años parecía que ese accidente le empezaba a dar igual y no se molestaba en tener un poco de tacto con su madre, yo no podía evitar verla y recordar los meses en los que estuvo tan hundida...
Por suerte, una camarera vino a preguntarnos por nuestra elección y no tuve que explicarle nada a Franky. Porque, ¿cómo se habría tomado el que fuese una especie de tortura psicológica para la madre de Jake?

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