martes, 21 de mayo de 2013

30.- Jake Carter: Errores

Aún no había sido capaz de hablar con Ian, y en vista que ni cogía mis llamadas ni contestaba mis mensajes, tuve que ir a verle. En el fondo comprendía por qué no quería ni verme, al fin y al cabo mandé a la mierda a su hermano y desaparecí de la faz de la Tierra, pero también se había largado por meterse donde no le llamaban y se había cargado el grupo y, de hecho, si él no se hubiera largado, no hubiera tenido que tratar así a Franky.
Me bajé en la parada de autobús más cercana a la casa de Ian, aunque aún tenía que andar casi 20 minutos para llegar al bloque de pisos en el que vivía; la verdad es que esa zona de la ciudad cada día era más asquerosa y, encima, empezaba a hacerse un hueco entre las estadísticas policiales de los lugares con más delitos. Vale, mi barrio tampoco era ninguna maravilla, pero al menos podías dejar con cierta seguridad el coche en la calle. Esperé tomándome una cerveza en un bar cercano a la puerta de su casa; no quería llamar al timbre, así que tampoco sabía exactamente si estaba fuera o no, pero me apetecía una cerveza, y allí nadie me la podía negar, nadie me conocía demasiado.
Cuando ya estaba acabando le vi salir de su casa. Hacía casi un año que no le veía y parecía otro. Tenía el pelo más largo; expresión más seria, tal vez incluso amenazante; vestía prácticamente entero de negro, salvo por la camiseta blanca que asomaba entre la chaqueta de cuero; y había empezado a fumar, algo que muchas veces dijo que jamás haría. Pensé en todo lo que podía haberle cambiado la vida en esos meses para que se convirtiera en esa persona, o si acaso, en esa fachada, y no pude evitar sentirme culpable, pues sabía que uno de los causantes de todo eso había sido yo. Dejé el dinero encima de la barra y salí corriendo antes de que le perdiera la pista.
Grité su nombre, pero no me oyó, o tal vez no quiso oírme. Mierda, tendría que correr. El cabrón de él había empezado a andar más rápido, y casi me despisto cuando dobló una esquina; pero él no me había perdido. Nada más girar a la derecha en la esquina por la que él había ido, recibí un puñetazo que casi me tira a la acera.
- ¿Qué coño haces, gilipollas?- Le grité mientras me tapaba la nariz para no ponerme perdido.¡Me la había partido, el hijo de puta!
- ¿Y tú qué haces, eh? ¿Ahora decidiste aparecer?
No me equivoqué cuando pensé que no se alegraría de verme.
- Ian, tengo que hablar contigo...
- Oh,  tienes que hablar conmigo... Pues me da igual lo que tengas que decir.
- Joder, escúchame.
Pero se dio la vuelta y continuó caminando. Ian parecía no ser Ian, o tal vez siempre fue así y sólo me había aguantado pacientemente. Cuando nos conocimos terminamos en el suelo del aula de castigo pegándonos, y no fue hasta que pasamos otra semana más en ese aula hasta que empezamos a entendernos. Dos pequeñas almas torturadas que odiaban el mundo y sentían que el mundo les odiaba en aquel momentos se encontraron, y años después, decidieron cantarle al mundo el asco que les daba. Y ahora, una de las mitades había decidido odiar a la otra mitad tanto, o más incluso, que al resto de personas.
Debería ir tras él, arrearle otra ostia, y demostrarle que se equivocaba, que no tenía motivos para comportarse así, pero en realidad sabía que tenía motivos.... Aún así, yo también tuve razones para comportarme como lo hice, no podía seguir viendo a mi madre sufrir de esa manera cuando empezaba a volver a estar bien. Sin darme cuenta, había echado a correr de nuevo, pero me detuve cuando casi le había alcanzado al ver que una chica morena, le esperaba apoyada en una una moto. Al principio no la reconocí con todo ese maquillaje negro delimitando sus ojos y el pelo ligeramente alborotado y con mechas moradas; sin embargo, cuando se le subió la camiseta al abrazar a Ian vi la marca de una quemadura hecha con el pico de una plancha y supe quien era: Jessica Dickinson, la hermana del tío que fue novio de Laura y que volvió a meter en esa mierda de las drogas.
Yo sería gilipollas con Tyra, pero Ian no era mejor con esa familia

viernes, 17 de mayo de 2013

29.- Josh Livesey: Ritmo.

Hay un momento en el que te preguntas cuándo las Matemáticas se convirtieron en literatura, y te respondes que cuando las fórmulas contienen más letras que números. Y después de perderte en la segunda linea de la resolución de la ecuación y empiezas a dudar qué quiere decir cada término, desconectas y dejas fluir tu espíritu interior... Y empiezas a tocar con los bolis sobre la mesa una canción, esa que tantas ovaciones nos dio en la sala Apolo, Dark Stars.
Recordé las prácticas de la melodía. Fue la canción que más me costó pillar, el ritmo a seguir era muy extraño, como si fuera más rápido de lo que la letra requería, pero era precisamente ese efecto lo que más increíble la hacía; Bexx se enfadaba conmigo cuando lo hacía mal y ella se desconcentraba, fallando.
Noté una mirada clavada en mí, la del chico de al lado. Estoy seguro de que me hubiera matado si no fuera el típico "superpijo-niño de papá-osea, no te tocaría ni de coña"; es gracioso, pero esa gente te mira como si fueras una basura simplemente porque no te comportas como se supone que deberías comportarte por tu dinero. Tuve que parar porque me estaba empezando a poner nervioso con sus miradas; eso sí no volví a conectar con la clase, algo que él sí hizo.
Siempre me pareció una estupidez eso de las clases de piano de Bexx, y esas cosas refinadas que se supone que teníamos que saber hacer por ser hijos de quién eramos... Pero, sin embargo, me gustaban los ritmos y a menudo practicaba sobre la mesa canciones sencillas, imaginándome que tocaba delante de un montón de gente... Un día, mi tío me escuchó y en mi 13 cumpleaños, mientras Bexx recibía un conjunto superpijo de ropa, yo rompía con ansias el papel de regalo hasta dar con mi batería. Qué ilusión, madre mía..., aunque a ella no le hijo ni pizca de gracia.
En aquél entonces Bexx era tan diferente... Yo también, pero ella era completamente diferente, tan inocente y repelente a la vez... Un día apareció en casa con una guitarra acústica y dejó el piano por ella. Practicaba todos los días, hasta que se le empezó a dar genial. Yo me puse celoso porque fuera tan rápida y empecé a ensayar a la vez que ella para que con mi música no pudiera escuchar bien lo que tocaba; pese a todo ella mejoraba y mejoraba cada vez más y yo me cabree tanto que cogí, fui donde ella y le rompí la guitarra a golpes (fue estúpido, lo sé, pero tenía 16 años y bueno, también yo siempre he sido un poco imbécil). Cuando lo vio, inmiediatamente supo que fui yo y rajó todas las membranas que pudo de tal forma que quedaron inservibles. Pasé toda la noche oyéndola llorar en su cuarto. Me merecí el castigo.
Poco a poco fui ahorrando y un día me presenté en una tienda de instrumentos. Hacía poco, Bexx había empezado a cambiar poco a poco la música que escuchaba, y el pop comercial pastelorro fue cambiando por pop-rock y luego rock, incluso metal..., pero eso fue más adelante y no es lo que interesa ahora. He de reconocer, que en aquél  momento no sabía muy bien qué le había comprado, pero ahí estaba, Strawberry, su bajo; al principio ni lo tocó, pero luego, aunque jamás me lo haya agradecido, sé que se alegró de que lo comprara. Yo conseguí arreglar mi batería, e hicimos las paces tocando por primera vez juntos, la primera vez de tantas.
Desde que el grupo se disolvió no habíamos vuelto a tocar juntos, y de hecho apenas habíamos vuelto a tocar los instrumentos. ¿Por qué? ¿A caso teníamos miedo a volver a sentir la vida corriendo por nuestras venas de forma electrizante?
Bexx me mataría, o tal vez no, pero tenía a que hacerlo. 
"Los Bloody Hills no han acabado". Enviar.
Tres minutos después obtuve la respuesta de Jake: "Llevaba mucho tiempo queriendo oír eso"